Con el revuelo mediático que se ha suscitado por el autobús
tuneado de los del grupo “HazteOir” cualquiera diría que es todo un problema en los centros de educación el tratar
con personas con la identidad de género cambiada. Se ha escrito de todo estos
días. Y seguramente desde un conocimiento como mucho, teórico.
¿Antes del episodio del autobús alguien había oído algo
sobre la problemática personal en cuanto a ser transgénero en un centro educativo? Estoy
seguro de que nada o casi nada. La muy escasa “información” que sobre ese tema se tiene hoy en
la calle proviene de amarillistas programas de televisión donde se suelen sacar
episodios dramáticos de casos puntuales en lugares muy concretos. Pero hay
otros muchos casos, dentro de la minoría, en los que esta situación se vive con normalidad, siendo
aceptada por la inmensa mayoría. Y, sí, en este tema también tengo experiencia
docente que compartir aquí, cosa que no creo que muchos puedan decir lo mismo a
pesar de dejar correr sus chorros de tinta en las redes y en los medios.
Desde 1º a 4º de ESO, y después durante dos largos y duros años de bachillerato, una persona que
entró al centro llamándose Andrés y que al poco tiempo se transformó en
Samanta, convivió con el resto de sus compañeros y profesores del instituto
con total normalidad, la cual incluía una buena dosis de curiosidad, como es
natural. Pero sin el más mínimo atisbo de confrontación, rechazo, agresión,
bochorno, o malestar debido a su recién cambiada identidad sexual. La gente es
más civilizada de lo que se piensa. Y por eso no se le da, por lo general, tanta importancia a estos profundos cambios voluntarios en las personas
que lo necesitan, por lo que esa supuesta mala influencia en los demás jóvenes,
que parece que generaría esa “aberración”
desde la opinión de los de HazteOir, es un verdadero intento de manipulación de
conciencias que casi seguro esconde
otros intereses.
Pero lo doloroso de esta situación, en mi parecer, no es
tanto la actitud circense con un autobús en gira por España del grupo del que
dicen busca que se le denomine “ultracatólico”, sino el SILENCIO (esta vez no
el de Dios) de las jerarquías católicas. Esas que no dudan en salir muy ofendidas
en todos los medios informativos ante el insulto que supone para ellos el disfrazarse una
drag queen de Virgen María y simular una crucifixión en los carnavales de
Canarias. Y aunque ese acto carnavalesco sea irreverente, ofensivo para los creyentes, y muy poco fino, si para defenderse de eso son tan valientes y reivindicativos ellos, y aunque
algunos bienpensantes (o quedabienes) digan que varios obispos no permiten
actividades de HazteOir en sus diócesis, ¿por qué no salen de inmediato esos
jerarcas de la Iglesia a desmarcarse
también de esos ultracatólicos diciendo que sus actos y comentarios
antitransgénero, tan ofensivos y denigrantes para los que están en esa situación, no los comparten en
absoluto? ¿No se atreven entonces a “tanto”? ¿Será que exponer sus verdaderas ideas les
puede suponer un rechazo social más? Aún están a tiempo...